"El movimiento imperial no surgirá hasta que haya en el mundo un ser capaz de gobernarse a sí mismo"

martes, 4 de enero de 2011

XVIII. Vómito de acepciones e interpretaciones lingüísticas que poco tienen que ver con mi pastilla de jabón

Sentía que nadie podría entender lo que padecía en ese momento, se había puesto ya tantas máscaras que no sabía ni cómo era realmente. La frontera no debería existir, y sin embargo no conocía su propio origen.

Maldita sensación que recorría su cuerpo entero cuando no quería que sucediera pero sucedía, era el preludio de algo que, a ciencia cierta, no iba a funcionar, la anticipación de una historia que terminaría siendo, más un problema aburrido que no sabes cómo quitarte de encima, que una aventura entretenida y emocionante. Era, en definitiva, la tentación más humilde y desproporcionada que puede haber, digna de ser cochambrosa e irreal, barnizada superficialmente por una ilusión que daría paso a la apertura del cajón de las inseguridades, miedos, decepciones, posibilidades, pasiones, escarceos y rupturas. Rupturas que, al no tener que formar parte de algo importante, no serían el problema principal.

Después existiría un periodo de calma temporalmente indeterminado que sería violentamente agredido por un nuevo cambio inesperado. Así iría sumando experiencias y restando minutos. La agonía por la volatilidad del paso del tiempo dependería de su propia ansiedad y de la perspectiva frente a la situación que, dicho sea de paso, no dejaba de ser positiva, por lo que, de nuevo, el problema principal no residía en este hecho, sino más bien en algo indeterminado imposible de definir. El problema existía pero no era localizable.

Se sabía perfectamente la teoría, pero ante este conflicto de intereses, el hombre pseudo-maniquí se encontraba sin rumbo y sin medida.

Ni siquiera era capaz de ponerse enfermo de verdad. Caminaba a tientas en la noche por su oscuro piso sin ninguna intención de encender la luz. La oscuridad ocultaba sus más desesperadas agonías y sus sueños todavía por cumplir, pero sobre todo lo escondía a él mismo de lo que en realidad no se atrevía  a ser.

El termómetro pitó, mostrando sus ridículos 36ºC, justo cuando su también patética historia estuvo a punto de terminar con un tropiezo con una bolsa de basura mal colocada en un lado del pasillo. Quizás el único que estaba mal colocado era él.

Situación errónea y temporalidad confusa, eso era todo lo que le quedaba de una cita que aún no había podido quitarse de la cabeza. Ya habían pasado 5 meses y no había sido capaz de estar con nadie más. Siempre se había hecho creer a sí mismo que el amor llegaría y que hasta entonces él sería feliz con lo que tuviera, pero la realidad es que el amor era lo que le estaba haciendo infeliz. No quería plantearse la posibilidad de tener una relación seria, ni de verse a sí mismo atado a otra persona. Pese a todo esto, no paraba de interceptarse a sí mismo durante sus profundas divagaciones acerca de la posibilidad de encontrar a alguien y crear su propia historia.

Sólo era un montón de basura en forma de palabras y lo sabía.

Puso la cámara a grabar y siguió soltando todo el veneno que tenía en el cuerpo. Su boca supuraba mientras pedía de forma obvia que alguien fuera capaz de atenderlo y perdonarle todo lo que él no se sabía perdonar. Quería ponerle punto y aparte a su historia, pero no sabía por donde empezar, así que había redactado una lista que ahora le relataba a su amigo inexistente.

Sólo tres objetivos la completaban, y sólo tres ideas serían las centrales en su vida desde aquel momento.

Un tiempo después no consiguió recordar cómo había llegado a este punto reflexivo, supuso que del mismo modo del que había tropezado con la bolsa.

La mujer pseudo-gnomo no estaba enamorada de él, y ni él de ella, eso era más que obvio. No había esperado que la muchacha accediera tan fácilmente a su trato, con tintes de chantaje, y hubiera aparecido en el escaparate de la tienda donde trabajaba, con dos cafés del Starbucks y el mismo bolso que él le había devuelto varios días atrás. No habían hablado de sus vidas, ni si quiera se habían dicho los nombres, quizás fue justo eso lo que lo hizo tan especial. Le había gustado tomar café y tener sexo después. Nunca tomaba café antes de follar, siempre sucedía al revés. Años atrás había sustituido la nicotina por la cafeína y cuando conoció a esta chica de mirada sorprendente y sonrisa misteriosa no tuvo en mente la posibilidad de intimar hasta que el café ya estuvo servido y no hubo vuelta atrás. Y ahora no podría encontrarla nunca. Lo sabía, y en el fondo lo aceptaba con tranquilidad.

Era consciente de que la chica no era lo importante, sino que lo era la idea que se había construido y asentado por cuenta propia en su cabeza a raíz del encuentro. Creyó conveniente crear un punto de inflexión en su vida, hacia arriba o hacia abajo, eso daba igual porque, en su opinión, los puntos de inflexión son creados por las personas para definir distintas etapas de su vida, vida que más que cambiar se limita a experimentar un ligero, y en ocasiones pausado, avance.

Era su momento y no quería desaprovecharlo. Con este optimismo despidió a su ojo captador de expresiones, emociones, mentiras y consuelos hasta nuevo aviso, sin saber cómo ni para qué, sin tener clara la finalidad pero sabiendo con certeza que no hacía mal a nadie y que el pasado podría amargarle ahora, pero no tenía por qué afectarle más adelante. Decidió entonces darse una segunda oportunidad y entonces la casualidad, también conocida por muchos como “vida”, empezó a serle de gran ayuda a la hora de interpretar sus propios párrafos.

6 Comentarios Kracovianos:

Stranvock dijo...

Una persona triste ese pseudo-maniquí

Fer Llamazares dijo...

pseudo maniquí que vive como si fuera inmortal...curioso que a veces es como si me hablara.

Charles Parrens dijo...

¿triste? por qué?

Inmortal?

Fer Llamazares dijo...

inmortal porque deja pasar el tiempo sin aprovecharlo, como si dispusiese de el de forma infinita

Anónimo dijo...

Paparruchas

Havok dijo...

"Pseudoamor"

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