XVII. la mujer que tenía frío en los pies pese a encontrar agradables los colores de su funda nórdica
Se había pasado la vida falsificando su forma de ser, falsificando sus opiniones, teniendo miedo a cualquier reacción ajena. Se había cohibido, se había mostrado tal y como era, había intentado cambiar y también quedarse estático. Todo de cara al público.
Puertas para dentro su payaso tenía la boca triste y un gris monocromo como única faceta destacable.
Hacía tiempo que había dejado de tener hambre, y en cuanto comía se llenaba. No sabía si lo que sentía era angustia o malestar, quizás las dos cosas. Luchaba contra sí mismo en busca de lograr un tiempo para estar solo y pensar. Pero no lo encontraba. Era sumamente incapaz de encontrarlo, sumamente tonto, sumamente imbécil.
Le encantaba quedarse de pie, apoyado en la encimera durante horas mientras daba vueltas a la pulsera de su muñeca, pulsera que había sido robada y regalada en bucle hasta llegar a sus manos. Disfrutaba absolutamente de su soledad, no creyó poder hacerlo nunca hasta que lo consiguió y ahora, se ahogaba de felicidad, era tan feliz que ni toser podía.
Abandonó su posición estática y de pronto sintió euforia. Toda la energía no gastada de las últimas dos horas se manifestó en forma de sobredosis de pensamientos. Cogió las llaves y salió a pasear. Ya era de noche, no conseguía adaptarse a los cambios de hora, eran difíciles de asimilar.
Conectó su casete y bajó la calle. Sus tres sudaderas lo protegían generosamente del frío, que no era tal como para llevar tantas capas, pero que hacía de esta experiencia algo realmente agradable. Llevaba puesta la capucha aunque no lloviera. El frío seco lo activó de inmediato, sintió despertar los poros de su cara, que se habían despistado por culpa de la calefacción y respiró grandes bocanadas de aire para llenar sus limpios pulmones. Echó a correr y dobló la esquina en cuanto llegó a ella. No podría volver a soportar la experiencia de cruzarse con algún vecino, por lo que tomó una calle pequeña y con salida directa al campo.
Se sentía de nuevo cohibido por sus propias sensaciones, incapaz de determinar qué era lo que le pasaba ni cuál era su opinión al respecto. Sólo era capaz de contabilizar emociones e impresiones subjetivas que necesitaban de mucha credulidad propia para ser tomadas en serio y que intentaban eclipsar la idea de que algunas cosas no podían ser dadas por hecho de forma automática ya que su historia tenía grandes grietas argumentales y narrativas.
Tras años pensando, sopesando, dándole vueltas al mismo tema, comprobando, testeando sus comportamientos, sus respuestas, sus actitudes frente a la vida, se había dado cuenta, de pronto, de que era tremendamente inestable.
Ahora no se lo podía creer. Tan claro lo vio entonces como lo dejaría de ver al día siguiente. Tan sólo un escaso momento de lucidez en su vida que corroboraba su propia caducidad. Era la certeza del que sabe, a ciencia cierta y a fe negada, que las cosas son efímeras incluso antes de comenzar a ser cosas.
El horno pitó, y Mónica Rodríguez Montesinos dejó de leer, se había quedado absorta en otro mundo. Sacó la pizza como pudo y con las tijeras la dividió en partes desiguales.
Puso su lista de música favorita en el ordenador y comenzó a devorar mientras disfrutaba de su nuevo piso. Era un cuchitril impresionante. La suciedad del baño parecía venida de fábrica, tenía suerte si encontraba un solo azulejo de la cocina que no estuviera roto o con su color original modificado. El sofá estaba lleno de agujeros, producidos probablemente por cigarrillos olvidados en manos de un gordo seboso o una yonkie anoréxica que habían perdido el conocimiento a causa del la ingesta del agua contaminada que seguramente corría por las cañerías del edificio.
Pero era lo más barato que había encontrado cerca del trabajo, no tenía tanto dinero como para despilfarrarlo en viajes de metro o autobús. Le apasionaban los paseos, su trabajo estaba a 50 minutos andando, así que era perfecto para ella. Además había conseguido la media jornada de tarde por lo que tenía tiempo suficiente para desperezarse por la mañana, tomarse un café en una cafetería muy barata que estaba a una manzana de su casa y también de ligar con el camarero.
Mientras cenaba, intentó leer un libro de arquitectura con muchas fotografías de edificios de Nueva York, que había cogido en la biblioteca más cercana a su piso, pero tras tres intentos fallidos y un casi fatídico accidente que hubiera manchado la imagen del Woolworth Building de tomate y grasa, abandonó su tarea y conectó la tele, para ponerse a ver un programa de invitados y entrevistas en el que no conocía ni al entrevistador ni al entrevistado, ni mucho menos el tema de conversación.
Se sentía externa a su propia historia, como si viera completado un año de su vida que todavía no había tenido lugar. Ya estaba cansada de almacenar sus dudas hasta olvidarlas y de evitar enfrentarse a un bloqueo mental que estaba convirtiendo sus posibilidades en su propio camino de amargura. Manzanas y limones. Se contemplaba a sí misma como ellos. Dejaba escapar un suspiro de vez en cuando, para comprobar que seguía viva. Nunca supo cómo hacer para desprender la primera lágrima pero en cuanto ejecutaba el primer crujido se asombraba con facilidad observando lo denigrante de lo ajeno y lo admirable de lo personal.
El no saber dónde estaba y carecer por completo de un destino agradable la sumían en un estado de descontrol que no encajaba con ella pero que sin embargo no alteraba su visión en la vida. La felicidad le empañaba los cristales de sus gafas y, sin saberlo, también sus planes venideros.
Terminó de cenar, apagó la televisión pero siguió mirando el aparato tres o cuatro minutos más, con los ojos observando la infinidad de su piso y con la mente en otra historia ajena a la suya propia.
Cuando volvió a ser consciente de la tangencia del mundo se incorporó, llevó los restos de pizza a la cocina y recuperó su libro. Allí mismo siguió leyendo hasta que el sueño comenzó a hacer estragos en su mandíbula y tuvo que cederle el paso a la cama.
5 Comentarios Kracovianos:
de que material es la encimera? igual el frio de los pies depende de ello, aunque yo nunca he visto una encimera de madera.
Nubes sobre un desierto en el que no llueve desde hace decadas . . .
cuanto mas ay q esperar para lo proximo?
Nunca has visto una encimera de madera?
Leo sobre alguien que lee y mientras, me pregunto qué tipo de ingenuo leerá mi vida en este bucle infinito...
"La certeza del que sabe, a ciencia cierta y a fe negada, que las cosas son efímeras incluso antes de comenzar a ser cosas."
Algunos párrafos son increibles.
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