"El movimiento imperial no surgirá hasta que haya en el mundo un ser capaz de gobernarse a sí mismo"

martes, 9 de noviembre de 2010

XVI. Mi edredón no me dice que me quiere, pero tampoco que ojala estuviese muerta

Mónica Rodríguez Montesinos se abalanzaba desde lo alto de un rascacielos de la ciudad de NY. Las azoteas habían sustituido increíblemente bien a los paisajes manchegos. El batido de chocolate con pepitas a las aceitunas marca La Española, y su trabajo en una editorial a su situación como "triste parada con estudios universitarios".

Estaba soltera, pero no estaba sola, los años de soledad y autocompasión se habían quedado en su mierda de piso compartido de Barcelona. Una mierda de piso sucio, atestado de cucarachas, polvo, restos de comida y muebles inservibles.

En realidad sólo había encontrado cucarachas en su piso en contadas ocasiones, pero sabía que el bar que se encontraba justo debajo del 1º, un bar de fritanga, viejos salidos, putas de burdel y ludópatas, era el causante de todas las energías negativas que rodeaban la vivienda, y, por supuesto, también de las cucarachas. Eso y sus tres compañeros de piso: Samuel, Rodrigo y Verónica. Gentuza. Gentuza en toda regla, sacada de a saber donde.

Por desgracia no podía usar el Cucal, el Raid, el matainsectos común y mundano o el veneno de farmacia con ellos, le faltaba valor y carácter, y quizás una pequeña vena psicópata. Sus verdaderos compañeros de piso eran los gritos, las frustraciones y el sexo de una noche, casi sólo por dormir fuera de casa de vez en cuando.

En el último año se había convertido en una experta encuentrainsectos, en una entendida en laboriosas actitudes frente a la gente inepta que le rodeaba y sobretodo en una ahorradora nata.

Pero nada de eso era digno de mención, y, aunque a escala simple y lógica, el cambio que había dado era a peor, al menos ahora tenía un trabajo con el que no llegaba a casa oliendo a fritanga y tabaco, aunque claro, todavía no tenía del todo algo a lo que llamar casa.

Seguía mirando las ventanas de edificios de oficinas. Nunca se había apasionado por la ciudad de NY, ni si quiera en exceso por Norteamérica. Ver las series de televisión era suficiente para ella. No sentía ninguna curiosidad concreta, sabía que tenía millones de ideas acerca de ese lugar, pero también era consciente de que todas esas ideas eran infundadas por alguien que no era ella y en un momento que no era el suyo.

Había acabado ahí por mera casualidad y ahora amaba la ciudad, amaba las azoteas, era una loca de los tejados, una loca de las piedras, de los helipuertos, había llegado a tener algún problemilla legal, pero conseguía apañárselas para obtener sus ansiadas vistas y realizar sus amadas fotos. No trabajaba en esa editorial por casualidad, estaba segura de que habría azoteas mejores pero esa en concreto tenía algo especial.

Le gustaba la información, el yo, mi, me, conmigo.

- Que les den a todos, pensaba continuamente. La presión, el estrés, el agobio, las prisas, las ansias, las malas educaciones y las patadas en la boca nunca dadas le frustraban, le presionaban, le ahogaban y su único remedio era subir a respirar. Ya no fumaba, como venía siendo de costumbre últimamente en su círculo de personas cercanas, por lo que ahora necesitaba respirar más que nunca, el aire común y mundano se le estaba quedando corto, cada vez más.

Le gustaban las exposiciones de Arte, para ella los marcos flotaban alrededor de los cuadros, ya no tenían esa función primordial de sujetar y dar armonía, sino que ahora, de forma secundaria, lo hacían más espectacularmente que antes. Una unión, no obligatoriamente necesaria, que hacía admirar la posibilidad de ser uno solo, con el riesgo de dejar de serlo. Suponía que las cosas pierden magia cuando son para siempre. Vivía improvisando y creando profecías continuamente.

Las cosas fueron fáciles hasta que acabaron. Pero no fueron agradables, había contado, no de forma literal, los días que faltaban para acabar con todo. Pero nunca sabía cuando iba a suceder eso, por lo que contaba en vano y en suma, no en resta.

Irse había supuesto, contra todo pronóstico un desgarramiento de piel. No sabía qué coño le pasaba, no sabía por qué, ni dónde ni con quién.

Serás lo mismo mañana.
Renacerás de tus recuerdos.
Podrás huir de ti, pero en el fondo seguirás siendo la misma.

Sus miedos iban desapareciendo de su mente, y sus ahorros de sus bolsillos.

Quería saltar, hacerlo de forma positiva y lo hizo.

Oía un violín y un cencerro que le palmeaba todo el cuerpo, estaba siendo feliz, pero llevaba tanta carga negativa tras de sí que todavía no lograba saber si era una felicidad temporal o algo más estable.

Con el salto se liberó de las mierdas que llevaba encima, quedó desnuda frente al aire refrescante mientras mentalmente caía metros abajo, no tenía frío, se sentía fresca y libre. Quiso hacerlo de verdad, casi sin darse cuenta de lo que eso conllevaba, pero la lucecita de emergencia parpadeó y se quedó donde estaba, a medias repudiándose a sí misma, a medias en completa felicidad, mientras otra Mónica, alternativa e irreal, seguía planeando mientras descendía a velocidad vertiginosa las 58 plantas del edificio. Tenía todas las vidas que quisiese para practicar una y otra vez.

Entonces se desdobló, entendió más que nunca a su otro lado, a su actriz secundaria, que rodaba series y películas a escondidas y que acababa siendo otra de forma natural, tan igual a ella, sumamente idéntica. En cualquier momento conectaba la tele y veía a su querida, y desconocida, sí misma actriz secundaria y caía en la cuenta de que le había dado una libertad excesiva a esta mujer, a la que no era capaz de imitar por su cuenta.

La gente puede cambiar, las cosas pueden cambiar, lo hacen continuamente. El único requisito es desinfectarlo todo, desinfectarse de arriba abajo, desinfectarse hasta el alma, quedarse blanco, sin una célula malvada. Y después, emprender camino a lo que serán las mierdas venideras. Con alegría. Sin parsimonia. Tal y como le diría su abuela Rufina.

Comenzando este proceso, se puso de nuevo los tacones azules y, paso a paso, volvió a la puerta que daba al piso más alto de la torre. El viento todavía le azotaba la cara y el vestido cuando cerraba la puerta. Bajó los primeros 18 escalones y cogió un ascensor para llegar rápidamente al piso 13. El camino hasta su mesa lo realizó por la cuenta que le trajo.

Ahora tengo en blanco las páginas de mi vida
Todo será ponerse a rellenar...

Después de su descanso para comer, en el que no había comido nada, sólo quedaron sospechas por resolver y el creciente agobio por encontrar un hogar definitivo.

1 Comentarios Kracovianos:

Fer Llamazares dijo...

ese cuarto parrafo empezando por abajo...

de los capitulos que mas me ha gustado. He disfrutado y reflexionado de verdad

¡Sube!
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