"El movimiento imperial no surgirá hasta que haya en el mundo un ser capaz de gobernarse a sí mismo"

miércoles, 12 de mayo de 2010

XI. El pendulo de la amoxicilina se acerca inescrutablemente a tu vida

La diarrea se estaba convirtiendo en una pesadez considerable, no llegaba al sofá cuando ya se cagaba de nuevo. Cabreada volvió al cuarto de baño. No había luz que iluminara la pequeña habitación, tampoco hacía falta. La mujer pseudo-gnomo se sentó en la taza depositando una nalga en el hueco del váter y otra en el borde del lado izquierdo de la tapa, era la posición perfecta para que la mujer que se cebaba a base de helado de gofio se cagara en la puta.

En ese momento, sonó su teléfono. Entre la pérdida de equilibrio que acababa de controlar y el sonido alertador del teléfono, la mujer pseudo-gnomo se mordió el labio y apretó los dedos de sus manos, mientras se levantaba, bragas abajo, con el objetivo de emprender, rápida y veloz, su carrera hasta el teléfono fijo (y azul) situado en su salón.

- ¿Sí?

- Hola, ¿es el piso de Sara?

- No, te has equivocado

- ¡Ay!, perdona

Colgó lo más fuerte que pudo, intentando que la onda expansiva alcanzara el tímpano de la zorra, con falsa voz inocente, que le acababa de molestar, queriendo provocar a la susodicha una visita de urgencia al ambulatorio de su pueblo.

Aún con las bragas abajo y ganas de sentarse, correctamente, en su amada taza blanca del señor Roca, se dirigió al baño, a cortas zancadas para evitar romper el tejido de su culero, tal y como lo llamaba su abuela, donde pudo desarrollar al fin su tarea.

Tranquila y sosegada, deseó volver a su época de vodka en mano, al menos así podría olvidar sus penas. Pero no estaba dispuesta a ello, así que se puso a jugar con su, ya real, perro, al que al final había llamado Rigoberto Volador en honor a un joven dragón escupefuego que formaba parte de la consumación de su adolescencia.

Con Rigoberto I había viajado miles de kilómetros de forma casi rutinaria, cada día llegaba a clase justa de hora, pero puntual. Rigoberto sabía cómo aprovechar las corrientes de aire y evitar a los estúpidos e insignificantes pajarracos que se interponían en su camino.

Imponente, grandiosa y con suma habilidad, saltaba la adolescente pseudo-gnomo de su amado dragón al suelo de su instituto, premiándole con galletitas con forma de monigote. En caso de mirada extraña o intransigente de algún idiota indeseable, lanzaba la corta y directa señal a su gran y único amigo, y el fuego alcanzaba rápidamente los pies del individuo, en forma de susto impactante y de sabia lección.

Tras darle unas palmaditas entre las orejas y rascarle un poco la panza, agarraba su mochila y se despedía con un beso en el hocico. El joven dragón emitía un rugido de tristeza y pena y ponía ojitos a su dueña, que le recordaba que a las dos debía estar de vuelta para recogerla y que le daba permiso para cazar ratones por el campo y escupir fuego a señoras desagradables, zorras ricachonas, pijas insoportables, trepas maleducadas y a todos sus derivados posibles.

Rigoberto I era enorme, azul y volaba. Rigoberto Volador era pequeñito, negro y corría, pero al menos no ladraba.

De momento, y hasta que viviera en su mansión de 3500 metros cuadrados, se conformaba con su discreta mascota, pero se prometió a sí misma recuperar a Rigoberto y a su numerosa camada y hacerse responsable de su absoluta felicidad.

5 Comentarios Kracovianos:

Stranvock dijo...

Has tenido algún problema últimamente con alguna zorra?

Charles Parrens dijo...

No, ninguno. Esta no es mi vida, sino la de la pseudo-gnomo.

:)

Havok dijo...

Rigoberto~... pobre pseudo-gnomo, pobre,qué le habrá sentado tan mal...

Stranvock dijo...

Vacaciones en Hawái . . .

Stranvock dijo...

I hate you

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