"El movimiento imperial no surgirá hasta que haya en el mundo un ser capaz de gobernarse a sí mismo"

viernes, 12 de marzo de 2010

V Se abre el telón

La mujer pseudo-gnomo no sabía a qué encontrarle menos sentido, si a engullir una bolsa de patatas fritas en su sofá de 7500 euros tapada con su edredón del Ikea a las 3 de la mañana y mientras veía un programa de brico-jardinería, o al hecho de que pusieran un programa de brico-jardinería a las tres de la mañana. ¡Nadie lo vería! Pero en seguida entendió que esta conclusión era incorrecta porque ella lo estaba viendo y no tenía ninguna intención de cambiar el canal, ya que el mando a distancia se encontraba justo a los centímetros exactos para que la tarea de agarrarlo estuviera absolutamente ligada a realizar un esfuerzo, que la mujer pseudo-gnomo no estaba, en absoluto, dispuesta a llevar a cabo.

Era tal el ritmo e intensidad de su atiborramiento que no oía la tele debido a los mordiscos que pegaba a las patatas, siempre con la boca cerrada, ya que la mujer que se cebaba a base de helado de gofio, ante todo, era una señorita bien educada en valores y principios por sus ricos y ostentosos padres, que se preocupaban más de la apariencia que daba la familia al exterior que de la desastrosa realidad en la que la adolescente pseudo-gnomo se había criado. Se tiró un importante y ostentoso pedo, tal y como sería de esperar de una Gómez de Miranda, y se incorporó para subir el volumen y sentirse, justamente después, sumamente estúpida de haberse incorporado, rompiendo toda su teoría de los esfuerzos innecesarios que había estado desarrollado hasta cinco segundos antes. Dejó instantáneamente de sentirse orgullosa de ser la creadora de tal teoría, que nunca vería la luz, y fue incapaz de seguir esforzándose en no realizar esfuerzos ya que en el fondo era sumamente agotador. Se levantó, apartando el pesado edredón, que hasta hace bien poco la tenía aprisionada, y fue directa al excusado, como le gustaba denominarlo a su amiga de ultramar.

Tras dos minutos y medio, y tres cuartos de litro menos de líquido en la vejiga, la mujer pseudo-gnomo se dirigió al frigorífico a rellenar, a base de cogollos de tudela, el inmenso vacío que se acababa de formar en su interior. Volvió a su sofá, pero esta vez tardó en sentarse, como el preso que vuelve a su celda a descansar tras una jornada de trabajos forzados aún a sabiendas que el que parece un leve consuelo a su día de sumos esfuerzos sólo es su castigo diario. Una vez engullida por el sofá, y bien agarrada de su bol de metal, siguió comiendo cogollos hasta que no quedó ni uno, después se bebió medio litro de la botella de agua que se encontraba encima de su mesa de centro elevable de madera de caoba europea, que hacía las veces de bandeja, donde depositó su bol ahora vacío.

De pronto se cansó de estar sentada y se incorporó suavemente. Observó el piso en su totalidad, o al menos en la totalidad que su perspectiva le permitía. Había estado ordenando la casa, por lo que cada libro, periódico o cosa inútil e inservible, pero constituida del valor suficiente como para no ser susceptible de ser eliminada del mobiliario, estaba en su lugar correspondiente. La única zona de la casa desordenada era la mesa, que estaba siendo usada por ella en estos momentos y que, sin duda, quedaría impoluta y limpia en el momento en el que la mujer pseudo-gnomo decidiera que había llegado la hora de irse a dormir.

Volvió al frigorífico y con una cuchara extrajo dos piezas de melocotón en almíbar de una lata de tamaño familiar, y las depositó en un cuenco. Se quedó de pie apoyada de espaldas a la encimera, comiendo lentamente la fruta y mirando fijamente al gato que no tenía, intentando explicarse por qué esto era así.

Una vez convencida a si misma de que al día siguiente se agenciaría una mascota, depositó el bol, ya vacío, en la pila y se dispuso a lavarlo cuando, de pronto, oyó un ruido que la desconcertó. Se dirigió a tientas al salón, debido a la oscuridad que reinaba en su piso, que sólo se salvaba por la débil luz que irradiaba el televisor, en el que ahora, se estaba retransmitiendo una película de misterio, que la señorita Gómez de Miranda había visto ya un par de veces. En este pensamiento iba absorta la mujer pseudo-gnomo, cuando uno de sus pies descalzos, más concretamente el dedo corazón se comió, literalmente, la pata de uno de sus sofás, provocando un intenso e incómodo dolor que, inexplicablemente, parecía apaciguarse a base de apretar el pie con las dos manos con la mayor fuerza posible y acercarlo al resto del cuerpo, y que estaba catalogado como la postura de la albóndiga herida. Cuando dejó de gemir y se levantó del suelo, comprobó asqueada que el ruido provenía de una de las ya comunes peleas de los vecinos de arriba.

- 40 años de matrimonio y se odian cada día más.

- El amor debe ser poder ver la botella medio vacía. No por que se esté deprimida, sino porque una ya se la ha bebido casi entera.

Terminó de reflexionar y recogió los restos de la mesa del salón, mientras su dedo, ahora algo despellejado, temblaba y provocaba un pequeño latido continuo y perceptible para su dueña. La sangre seca sería limpiada al día siguiente, ya que no merecía la pena desinfectar algo que todavía no estaba infectado, sobre todo tratándose de una parte tan insignificante como un simple y desagradecido dedo.

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