"El movimiento imperial no surgirá hasta que haya en el mundo un ser capaz de gobernarse a sí mismo"

lunes, 22 de marzo de 2010

VI Desfase temporal

Una vez cada siete días no era lo más recomendado, pero, sin duda, el bolsillo de la mujer pseudo-gnomo no podía permitirse más de una terapia semanal. La luz, el gas y el teléfono no se pagaban solos, por no hablar de la nevera, que debía estar siempre a rebosar.

Salió de casa, cerró con llave, no tenía ganas de bajar escaleras así que se quedó esperando a que el bicentenario ascensor llegara a su piso. Craso error. Ya se le estaba acabando la paciencia cuando por fin observó un haz de luz en la ventana rectangular y abrió la puerta para entrar. Comprobó al instante, muy sorprendida y muy poco contenta, que su vecina, también llamada la sra. de los mil males se encontraba dentro del ascensor. Nada más producirse el primer contacto visual, la boca de la sra. de los mil males se abrió, comenzando así una de las peores pesadillas de la mujer pseudo-gnomo: escuchar las batallitas de una vieja aburrida sin poder hacer nada para frenar la sobredosis de palabras que, en una bajada de tres pisos, la maléfica mujer podía llegar a pronunciar.

Era increíble la potencialidad parlante de la señora. La mujer pseudo-gnomo deseó pesar 200 kilos para saltar y poder romper las poleas del ascensor. Si no conseguía llegar hasta abajo y escapar, al menos aplastaría a la vieja, que por cojones tenía que morir y dejar de hablar para siempre. Entonces se imaginó que el ascensor se atascaba y que tenía que estar allí dentro con ella dos horas. Enfermaba sólo de pensarlo. También se imaginó a sí misma empujándola por el hueco del ascensor y acabando de una vez por todas con su vida. Pese a lo absorta que iba, le era imposible no escuchar y prestar atención a aquella mujer que gritaba con un tono de voz insoportable y lamentaba lo caro que estaba el pan, y la horrible atención que recibía en la seguridad social.

48 segundos después, la mujer pseudo-gnomo salía de su portal con su cupo de sociabilidad diaria casi saturado.

Pasó por el bar donde solía tomar cafés como la gente normal y saludó desde fuera al camarero. Su destino, el metro, estaba cada vez más cerca. Entró por la boca y bajó las escaleras, erguida y mirando al frente, con paso firme y constante. Era hora punta, odiaba la hora punta. Metió por el torniquete su billete de 10 viajes, que cada año subía uno o dos euros su precio, y se quedó quieta a la derecha en las escaleras mecánicas, ya que la gente insufrible, egoísta, odiosa, molesta, egocéntrica, irrespetuosa, imbecil, y sin concepto de otras realidades externas a las suyas propias, que estaba quieta en el lado izquierdo de las escaleras, no la dejaban avanzar por ese lado. El sentimiento homicida del ascensor regresó a modo de déjà vu, y esta vez tomó forma de pánico y caos. Una masa humana tropezando entre ella, los unos sobre los otros cayendo por las escaleras y aplastándose entre sí, y al fin, la mujer pseudo-gnomo, con ese paso seguro, sincero y triunfante, pasando por encima, aplastando cabezas y manos, hasta llegar a su destino subterráneo.

Como era de esperar, con un poco de prisa, y una vez liberada de la esclavitud de las escaleras, llegó justo a tiempo de que las puertas del metro se le cerraran justo delante de su curioso rostro, como dándole los buenos días a un buen día de mierda.

Buscó rápidamente un sitio donde sentarse y se lanzó a por él. Una vez sentada y pasados los tres minutos que indicaba la pantalla digital oyó el ruido del tren encaminándose al andén y se levantó.

Esta vez las puerta no se le cerraron en la cara, pero, pese a que se había colocado a uno de los lados para dejar salir antes de entrar, tal y como decía con supuesta cordialidad una pegatina plástico, una masa de gente la arrolló hasta tal punto que se sintió como cuando se metía en verano en la playa y la resaca no le dejaba salir del mar, engulléndola hacia dentro, salvo que esta vez la corriente iba en la dirección contraria. Se aplastó como pudo a las paredes externas del tren y cuando hubo salido toda la gente se preparó para ser aplastada por la nueva masa que quería entrar, y por la masa que ya estaba dentro. Se sentía atentada físicamente, y privada de necesidades básicas como oler y respirar.

¿Qué pensaría su padre?, ¡una Gómez de Miranda montada en el transporte de los pobres! Todavía le quedaba mucho por andar en el camino de la decepción paterna, una tarea que llevaba su tiempo y su planificación. Pese a esta odiosa situación, la mujer pseudo-gnomo era feliz siendo anónima, y no es que en otro lugar fuera conocida o famosa, ni mucho menos, pero llegar a ser inexistente era lo que más le apetecía en ese momento y era lo que era, una inexistencia más a bordo de un tren ya en marcha, lleno de vidas anónimas y personales, sin relación aparente y con una rutina muy similar.

Enseguida llegó a su parada y se bajó. Cuando pudo ver de nuevo la luz del sol se sintió muy afortunada de haber salido viva de la hora punta y dio gracias al viento por existir.

Recorrió un par de manzanas y terminó girando a la derecha para girar después de nuevo a la izquierda. Cuando llegó al portal número 31 llamó al 2ºB y esperó a ser abierta.

45 minutos después salía del portal con un aire mental totalmente nuevo. Se encaminó a la plaza que había a escasos metros, se sentó en un banco y sacó una bolsa de pipas de su bolso. De pronto pensó que se pasaba el día sentándose en sitios, pero entendió que su vida era muy dura y agotadora.

- Mi vida es muy dura y agotadora, repitió en voz alta para darse más credibilidad.

Siguió comiendo pipas y engordando sus labios, gracias a la sal, hasta que el reloj de la plaza marcó las 12.

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