"El movimiento imperial no surgirá hasta que haya en el mundo un ser capaz de gobernarse a sí mismo"

sábado, 6 de marzo de 2010

IV No por mucho madrugar amanece más temprano

El odio y la angustia son dos cosas que a veces van de la mano pero la mujer pseudo-gnomo estaba dotada de la capacidad de dividirlas a la perfección. A su lado, los tristes eran fracasados y los optimistas habían muerto de depresión llevable.

Cuando la mujer que se cebaba a base de helado de gofio, más conocida como “la mujer pseudo-gnomo” despertó, la polilla estaba en el suelo, el trapo en la silla, el ventilador seguía girando y el teléfono se había cansado de sonar. Tras media hora insistiendo, y 4 mensajes en el contestador, la absoluta pasividad de esta señora, que de vieja tenía sólo el piso donde vivía, el timbre había terminado por quemarse, y junto a él, la paciencia de la llamante.

- Eres una persona patética que no se supera ni intentándolo, se dijo a sí misma y, por si no le había quedado claro lo repitió, esta vez en forma de susurro.

Cuando se cansó de susurrar se acercó a la nevera, que últimamente estaba siendo más transitada de lo normal. Era evidente que la gula era uno de sus mayores placeres, pero ¿qué mayor gula que la de la propia lujuria? En efecto, la mujer pseudo-gnomo tenía que controlarse a sí misma en muchas ocasiones para no ser la protagonista de una humillación patética, en la que el deseo sexual se anteponía a cualquier otro mandato que su razonamiento, como mujer civilizada, le intentaba prohibir.

Ante esta carencia de sexo, de la que estaba siendo víctima durante ese periodo de tiempo, su único consuelo, su única “lujuria”, era comer, acto natural que se reflejaba cada vez más en la totalidad de su cuerpo.

- Nada que el sexo no pudiera arreglar con un poco de organización, asiduidad y entrega, se consolaba falsamente la pseudo-gnomo, que, en contraposición, se obligaba a pensar que si seguía engordando nadie la querría ni para un triste polvo.

La mujer que se cebaba a base de helado de gofio re-escuchó los mensajes de su amiga de ultramar, a la que realmente quería y echaba de menos.

Los súbditos de una reina, que por consiguiente acatan y cumplen las órdenes que esta impone, pueden acabar por rebelarse un día contra la opresión del poder concentrado en su ser, contra la injusticia del que quiere ser igual de digno que ella y contra el miedo de enfrentarse a sus temores innatos durante el resto de sus vidas sin objetivo más allá que el de malvivir y ofrecer su total entrega a cambio de falsas protecciones, que de protección solo tienen el nombre. La mujer pseudo-gnomo que sólo querría ser reina absoluta en un reino imaginario, y que carecía totalmente de ansias de poder en la vida real, también había desarrollado una técnica de falsa protección.

Sabía que jamás llegaría al calibre de una reina, y mucho menos al de una diosa. Sabía que debía tomar una decisión en su vida. Era consciente de que había llegado a cierto punto en el que una mujer debía hacer lo que era propio de ella, como humana dotada de extremidades y capaz de llegar a conclusiones razonables, y no del todo exactas, podía permitirse el lujo de discurrir sobre la posibilidad de errar en alguna ocasión, dejando siempre, por supuesto, la puerta abierta a no equivocarse.

Había adquirido recientemente el gusto de tumbarse en su perfecto sofá de 7500 euros, y taparse con el edredón de su cama, que era lo que estaba haciendo en ese momento. La televisión prácticamente se había conectado sola y le había obligado a verla. Cuando empezaron los anuncios, la mujer que se cebaba a base de helado de gofio, se dio cuenta de que llevaba 45 minutos perdiendo su vida viendo un programa que en realidad no estaba viendo porque no fue capaz de recordar cual era hasta que regresó de la publicidad. Qué cantidad de basura se metía al cuerpo, pensó, pero estaba tan a gusto dentro de una sudadera verde de dos veces su tamaño, uno de los pocos recuerdos felices de su no tan feliz pasada, y última, relación sentimental, que no podía dejar de morir lentamente, tan a gusto y bajo todas esas capas de ropa que constituían esa falsa protección, que los súbditos de los reinos imaginarios usan para creer que luchan contra su injusticia, cuando no son más que prisioneros de sus propias vidas. Eso es lo que era ella, presa de su propia vida, de su falsa protección.

Quería volver a ser lo que había sido, quería volver a considerar que estar sola no era lo mismo que sentirse sola, tal y como lo hacía ahora.

Sabía que no era humano estar contento tras 12 horas de trabajo, sin embargo escuchaba los mensajes que su amiga de ultramar le había dejado en el contestador y no podía negarlo.

- Gente loca, volvió a susurrar.

Tal y como le dijo su amiga, se fue al baño, remojó su masa corporal en la ducha y la desinfectó de cualquier bacteria insignificante que pudiera tener, se secó con una toalla y se vistió con lo primero que encontró en su armario de madera de castaño de 2,5 metros de alto por otros tantos de ancho. Después agarró la llave de la casa, que estaba imantada en la nevera, y salió de su piso por primera vez en dos días. Los puentes se le hacían excesivamente largos. Salió a la calle y respiró un poco de aire nuevo, recordó entonces que las casas debían ventilarse y se prometió hacerlo nada más volver a su querida jaula. Emprendió camino hacía la cafetería acordada por su amiga.

De pronto oyó un pitido de coche y alguien la abrazó por la espalda.

- Me anticipé al coche, que pudo haberme atropellado, para correr hacia ti y darte una sorpresa.

Era ella. La mujer pseudo-gnomo sonrió, se dio la vuelta y le devolvió el abrazo.

- ¿Qué tal estás?, le preguntó su amiga.
- Ya lo sabes, así que mejor no preguntes, contestó ella con una sonrisa en la boca.
- ¿Te apetece un café, entonces?, volvió a preguntar la chica de ultramar.
- Claro, tengo que contarte muchas cosas, respondió de nuevo, y por última vez en este párrafo, la mujer pseudo-gnomo.

2 Comentarios Kracovianos:

Havok dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Havok dijo...

Escribes bastante bien.
+10 en locura

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Todos quieren ser el gato Jack