I La mujer pseudo-gnomo en busca de una nueva vida
Con camiseta a rayas y medias naranjas rotas por motivos que sólo ella conoce, conocí, si cabe la falsa redundancia, a esta mujer de cuyo nombre no me quiero acordar.
Con aire de presidiaria, avanzaba subida en su coche la loca psicópata que acabaría con tu vida. La carretera era su objetivo y su medio, pero el factor humano, y su supuesta imprevisibilidad, terminaron chafando sus planes, antes de poder, si quiera, pensar en cómo aniquilarte.
Los gorros de gnomo murieron y junto a ellos las ganas de disfrazarse de nuevo. Hoy, aquella mujer con objetivos homicidas, ahora reformada, se quita todo el maquillaje intentando encontrarse a sí misma, pero capa a capa no consigue más que descubrir ante ella, y por consiguiente también ante su espejo, a una completa desconocida.
La mujer pseudo-gnomo se limpia los zapatos embarrizados en el felpudo más cutre que es capaz de encontrar. Después sube tres pisos por unas escaleras de madera alargadas y quejicas hasta que llega a la puerta de su casa, donde, tras apoyar sus ahora limpios zapatos en su también cutre, pero digno, felpudo, y rebuscar en uno de sus inmensos bolsillos del pantalón, encuentra la llave que le permitirá salirse de esta historia, por motivos evidentes, relacionados con el allanamiento de morada y mis pocas ganas de comenzar una batalla judicial con una trastornada mental en fase de recuperación, donde la victoria, bajo mi punto de vista, no me estaría asegurada.
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